Saturday, September 05, 2009


Un día de Septiembre de 1.995 Howard Rocket, un empresario de 48 años saltó para coger un balón en un partido de fútbol en Toronto (Canada). Al caer en el césped resbaló, cayó de espaldas y se dio un golpe en la nuca. Sintió un fuerte dolor de cabeza, cada vez más intenso y la vista empezó a fallarle. Rocket habia sufrido una trombosis en la arteria basilar, a causa de un coágulo que obstruyó el flujo de sangre al tallo cerebral. Los médicos le salvaron la vida, pero le dijeron que nunca podría mover el brazo, ni la pierna izquierda. En definitiva que tendría que estar en una silla de ruedas.


Rocket decidido a probar que los médicos se equivocaban, comenzó una estricta fisioterapia. Pensó que si obligaba al pie izquierdo a moverse una y otra vez, con el tiempo las celulas ilesas de su cerebro encontrarían la manera de comunicarle al pie lo que debia hacer. Se ató el pie izquierdo al pedal de una bicicleta estática en el gimnasio y empezó a pedalear. Al cabo de 12 años y miles de horas en el gimnasio, ya podía balancearse con ambos pies. Los médicos estaban asombrados.


La intuición de Rocket resulto acertada: es posible entrenar el cerebro para que supla la función de neuronas dañadas. Hace unos 25 años los médicos consideraban que esto era imposible. Suponían que el cerebro de un adulto era como máquina: no podia cambiar ni crecer, solo fallar.Hoy se dan cuenta de que la concepción que tenían de este órgano era incorrecta.En otras palabras, el pensamiento puede cambiar el funcionamiento del cerebro.


Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, demostró lo anterior con un experimento sobre la meditación. Melissa Munroe, excampeona de fisioculturismo canadiense, a los 30 años se enteró de que un bulto que tenía en la garganta era un linfoma de Hodgkin. El cáncer se le había extendido tanto que los médicos no le dieron más de tres meses de vida. Ella decidió luchar, pero el dolor que los tumores le causaban al presionar sus órganos era insoportable, incluso para una deportista acostumbrada a esforzarse hasta el límite. Recurrió a la psiquiatra Tatiana Melnyk quien la enseñó a usar la mente para aliviar el dolor.


La doctora le explicó que el dolor es una sensación física, pero que su forma de reaccionar emocionalmente ante él la exacerbaba. La aconsejó que se concentrará sólo en el aspecto físico del dolor sin juzgarlo. Tras adoptar este modo disciplinado de pensar, Melissa logró que su cerebro procesará de otra forma el dolor: lo sentia, pero no le permitía que la controlará. Ella decía: "Definir el dolor me ayudó a disociarlo y no dejar que me controlará". Melissa, hoy tiene 36 años, désafió las probabilidades. Gracias a una quimioterapia intensiva, desde 2.006 ya no tiene rastros de cáncer. Y todavía practica la meditación.


Los investigadores han descubierto que la cocaina y el estrés reducen la tasa de producción de neuronas, mientras que correr y las actividades educativas la aumentan.


El pensamiento y la actividad pueden alterar físicamente el cerebro, un efecto denominado neuroplasticidad. Tengamos cuidado con cómo procesamos el dolor y las emociones, es vital que no nos controlen.


Las conclusiones que saco después de esto es que muchas veces nos limitamos, no sabemos de lo que somos capaces. Tenemos muchos recursos dormidos, somos capaces de mucho más de lo que creemos. Te animo a dar el máximo de ti por muchas limitaciones que tengamos. Un abrazo.

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